Hace algunos días se celebraron en Madrid las fiestas del Orgullo Gay, marcadas este año por la
polémica que ha generado, una vez más, la primera dama de la capital, Ana
Botella. Y no es que esta vez se haya metido con el colectivo LGTB de forma (in)directa
como en otras ocasiones, sino que ha preferido limitar “la contaminación
acústica en detrimento de los vecinos de la zona” que produce esta celebración. Por unas razones
o por otras, el caso es que este año la fiesta ha tenido que trasladarse
parcialmente a otra ubicación, y no se ha podido realizar como se venía
haciendo hasta el año pasado. Lo primero que se me viene a la cabeza es: “¿y
qué problema tiene esta señora con que este colectivo se manifieste y se divierta
por unos días en la capital?”. Pero está claro que, como dicen en mi pueblo, de
donde no hay no roban. Sin embargo, el poder político no es el único culpable de esta incomprensión, pues las altas esferas eclesiásticas, que llevan
rigiendo nuestra vida moral, dando lecciones de lo que está bien y está mal,
siguen diciéndonos cómo nos tenemos que comportar, cómo tenemos que vestir y cómo
y a quién tenemos que amar desde la época feudal, para continuar aprovechando
la influencia social que el poder les brinda, dando ejemplo de un cinismo
impresionante. Ellos, que siempre nos han dicho, y está escrito así en la
Biblia, que tenemos que amarnos entre todos sin distinción, predican ahora (y
siempre lo han hecho) la discordia entre la sociedad por la simple preferencia
sexual. ¿Quién va a querer aceptar a unos desviados, que simple y llanamente
son el diablo personificado, y extienden la lujuria y la promiscuidad? Pero eso
sí, el amor al prójimo bajo cualquier circunstancia es fundamental para
alcanzar la vida eterna. La Iglesia Católica, a la que ahora le ha salido una
oveja negra como Papa, nunca en la vida ha sido ejemplo de nada. Aquellos que en
su día apoyaron el genocida y férreo
régimen de Franco, le dicen hoy a las mujeres si deben o no ser madres,
a los gays o transexuales que son hijos de Lucifer, y al resto de gente, que no
follemos en exceso, y que si lo hacemos, se lo confesemos al cura, porque si no
vamos al infierno. El yugo católico que sigue sobre nuestras cabezas, es
demasiado pesado aún sobre nosotros, y más aún cuando el poder político, y el mediático, formado por cadenas de
tan baja catadura moral como 13TV o Telemadrid por poner dos claros ejemplos, hacen manifestación de su sumisión,
para seguir controlando nuestras vidas.
Pablo Torres Yébenes
08/07/2014
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