sábado, 9 de abril de 2016

Telemadrid: viaje a ninguna parte


El 24 de mayo de 2015, los madrileños votamos cambio. Votamos el fin de los rodillos parlamentarios. Votamos contra la tiranía de las mayorías absolutas. Votamos no a la imposición. El 24 de mayo de 2015 los madrileños dijimos no al continuismo. Pero como de costumbre, todo ello se ha quedado en palabras. Y las palabras se las lleva el viento. 

Cuando Cristina Cifuentes llegó al Gobierno de la Comunidad de Madrid, hubo una especie de euforia colectiva entre muchos votantes descontentos del Partido Popular, e incluso entre votantes de otras tendencias ideológicas; euforia que, me atrevería a decir, aún sigue vigente. Por fin había llegado alguien "con alma", moderado, con talante dialogante, muy diferente del que habían tenido sus antecesores en el cargo. Pero yo, como muchos, que nunca he creído en los meros cambios de forma y menos en esa formación política, me mostré escéptico. Muchos conocemos la trayectoria de la actual presidenta autonómica durante su mandato al frente de la Delegación del Gobierno en Madrid. Tal vez por eso, callé y guardé silencio hasta que se tocara un tema que yo considero primordial y del que ya he hablado mucho: qué iba a pasar con la radiotelevisión autonómica.
La respuesta no se hizo esperar: Cifuentes presentó, programa electoral mediante, una nueva ley sobre Telemadrid. Y es que según la presidenta, había que despolitizarla, porque "siempre lo había estado. También con los socialistas en el poder". Pero Cifuentes, que sabía muy bien que con la legislación vigente iba a perder todo el control en el consejo del ente público, que iba a tener mayoría de PSOE y Podemos, no iba a dejar que el equipo contrario le arrebatara la pelota tan rápido. Por eso, se sacó de la manga un roscón con sorpresa dentro: con la nueva ley, quitaría a la oposición el control de la cadena, tendría la capacidad de cerrar el chiringuito sin autorización parlamentaria, y además, Telemadrid pasaría a ser una sociedad anónima regida por la legislación mercantil privada, cuya Junta de Accionistas estaría formada por el propio Gobierno regional. Incluyó también, una serie de brindis al Sol para maquillar la norma: se crearía un Consejo Asesor abierto a otras organizaciones sociales, se crearía una oficina de teleespectadores, se limitaría y aumentaría a 6 años el mandato del director...etc. Pero la base seguiría siendo la misma. Y de la posibilidad de readmitir a los trabajadores, ni media palabra. Las bocas agradecidas del Partido Popular que se quedaron tras el ERE de 2013 seguirían ahí. Ciudadanos fue cómplice y votó junto al PP la ley.
  
Llegó el momento de nombrar a los componentes del Consejo de Administración, PP intentó vetar a los candidatos de PSOE y Podemos porque "eran cargos políticos": la directora de RTVE con Zapatero, Carmen Caffarel y una trabajadora despedida en el ERE, respectivamente. También vetó, junto con Ciudadanos, la presencia de UGT a pesar de cumplir con todos los requisitos establecidos en la nueva ley.

Así llegamos al día de hoy: ha pasado un año de las elecciones autonómicas y todo sigue igual en Telemadrid: la misma manipulación y sectarismo, la misma audiencia pírrica, el mismo despilfarro, los mismos enchufados y prácticamente los mismos directivos. El mismo desastre, pagado con dinero público, con dinero de todos. Y no tiene pinta de cambiar, al menos en lo esencial.

Agustín de Grado, director de Informativos de Telemadrid entre 2004 y 2016, celebrando el triunfo electoral de Esperanza Aguirre.

Mi conclusión es que no hay solución. Que todo es una mera fachada y que, una vez más, vuelven a intentar engañar a la gente con algo que no conduce a ningún sitio. Que no quieren reconocer que la plantilla de 861 personas fue injustamente despedida, porque no lo sienten así. Que quieren que Telemadrid cambie lo justo y necesario, para que nada cambie, porque no creen en ella. No saben lo que es una radiotelevisión pública al servicio de la gente: no entienden ese concepto. Porque no respetan nada que haga a los ciudadanos verdaderamente libres. Siguen con su demagogia barata de "prefiero un hospital público a una televisión pública", aunque tampoco crean en ese hospital público. Siguen y siguen. Todo sigue igual y no va a cambiar nada hasta que algún día salgan por la puerta y no regresen en mucho tiempo. Siento pena por la ciudadanía de Madrid y me avergüenzo de nosotros mismos, como pueblo. Ahora, cuando los trabajadores despedidos se manifiestan por algo justo y necesario para nosotros, miramos hacia otro lado. Ellos, que durante 20 años hicieron posible una radiotelevisión envidiada en todo el país y a nuestro servicio, estuviera quien estuviera en el Gobierno. Pero ahora mucha gente vuelve a estar "ilusionada", porque van a "despolitizar" Telemadrid. Nada más y nada menos. Qué pena y con qué poco nos conformamos los ciudadanos. Ojalá me equivoque.

Tres años y medio después de su despido, los trabajadores de Telemadrid vuelven a manifestarse, por un servicio público de información y entretenimiento para todos. A los que todavía tienen algo de conciencia social, pido que les apoyemos. Se lo merecen. 


Pablo Torres Yébenes

9 de abril de 2016

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Cosas de la edad


Decía Otto von Bismarck, fundador del Estado alemán moderno, que España era el país más fuerte del mundo: llevaba siglos queriendo destruirse a sí mismo y todavía no lo había conseguido. "El día que deje de intentarlo, volverá a ser la vanguardia del mundo", apostillaba el Canciller de Hierro, apodo que ostentó como consecuencia de su mano dura durante sus últimos años de mandato.
Bismarck tenía toda la razón. Nuestro país, ese piel de toro entre dos aguas, es demasiado complicado como para describirlo, políticamente hablando, en pocas palabras. Somos el resultado de un conjunto de casualidades que han desembocado un amalgama territorial donde han convivido culturas, religiones y etnias de todo tipo durante siglos. Nuestro país siempre ha estado maldito históricamente. Durante décadas, la máxima representación del poder demostró su odio hacia cualquier vestigio de diversidad cultural, y lo transmitió a sus ciudadanos, de tal manera que éste pasó a formar parte de la cultura popular y siendo aceptado y normalizado socialmente. No miento si digo que desde que tengo razón de ser, todo lo que en mi familia o círculo cercano se comentaba referente a Cataluña, País Vasco o cualquier otra nacionalidad histórica venía cargado implícitamente con un componente peyorativo. Pero nosotros, los españoles, que siempre hemos creído estar en posesión de la libertad de pensamiento, caímos en el juego de los poderosos. No es culpa nuestra, o quizá, no toda la culpa es nuestra. Ellos tienen armas para controlarnos mentalmente. Suena "orweliano", pero es así. Solucionar décadas y décadas de manipulación es una tarea demasiado complicada como para llevarse a cabo. 


Los representantes de los dos "bandos": arriba, Junqueras (ERC), Casals (ICV), Romeva (ICV), Forcadell (ERC-Presidenta del Parlament) y Artur Mas (CDC) en la firma del acuerdo de Junts Pel Sí.
Abajo, Miquel Iceta (PSC), Inés Arrimadas (C's) y Xavier G. Albiol (PP) en la firma conjunta de un recurso contra la resolución independentista en el Tribunal Constitucional.

Hoy, tenemos dos bloques enfrentados, con sus respectivas masas acompañándoles. Y los dos parecen estar orgullosos de ello. Unos dicen defender la unidad, otros la democracia. No quieren darse cuenta, por interés o por ignorancia, de que la solución no la tiene ninguno de los dos, prefieren seguir ensimismados en sus planteamientos. Los primeros, conformados por una pinza tripartita de color azul, naranja y roja pretenden "enamorar a los independentistas con un nuevo proyecto de España", pero sin embargo no quieren ni oír hablar de cambiar el modelo actual. "Federalismo" dicen al menos los de color rojo, mas no especifican de qué se trata ni si cambiará algo en lo sustancial salvo un par de líneas en la Constitución.  A los segundos les viene "de miedo" que los primeros estén en el gobierno: ello les asegurará siempre el triunfo y poder tapar con ello sus escandalosos casos de corrupción. Pero todos ellos, ensartados en una batalla propia de la Edad Media, siguen tirando cada uno para su lado. España no es una. España es Cataluña, País Vasco...etc. Y quienes sigan empeñados en no comprenderlo, observarán como sus ansias de unidad, por la fuerza y sin diálogo, alimentarán más y más el sentimiento nacionalista de estas regiones hasta que sea demasiado tarde. No es la primera vez que se menciona esta idea: José Antonio Ardanza, Lehendakari del Gobierno Vasco entre 1985 y 1999, la enunció hace ya tiempo: «Si ustedes aceptan que España no es una nación, sino un estado, pero que es plurinacional, y que el pacto entre naciones puede conformar una forma determinada de estado, podríamos empezar a entendernos». No puede estar más claro.

Primera página de la Constitución de 1978.

Muchos sostenemos que la Transición Española no fue un proceso precisamente ideal. Pero si algo podemos aprender de aquellos años es la apuesta por el dialogo, cuanto menos su escenificación. España ya no es la misma que la de los años setenta. Hemos cambiado. Debemos aceptar que nuestro régimen ha quedado obsoleto en todos los sentidos: a las pruebas me remito. Este país, si quiere sobrevivir a los próximos 30-40 años, tendrá que asumir una profunda reforma que cambie su concepción territorial y escuche sus diferentes realidades sociales y culturales. En política nada es imposible ni nada es inmutable. De lo contrario, nos convertiremos en un estado fallido, que no supo comprender su propia realidad. Solo los que, en el fondo, no quieren cambiar nada y dejar que todo siga desintegrándose, son los que entonan aquella vieja canción de Modestia Aparte: "Y qué más da, si son cosas de la edad". La resignación, desde luego, no es la vía. Ya lo hemos demostrado. En las circunstancias actuales, con una clase política con graves carencias democráticas y un pueblo mayoritariamente susceptible de ser manipulado, un proceso constituyente como el que he descrito es prácticamente imposible. Pero eso no quiere decir que en un futuro no demasiado lejano no podamos lograrlo. Costará tiempo y esfuerzo, pero merecerá la pena. 


Pablo Torres Yébenes

02-12-2015

martes, 13 de octubre de 2015

Crónica del 12 de octubre.

Felipe VI, la reina Letizia, Mariano Rajoy, Pedro Morenés (Defensa), Cristina Cifuentes y Manuela Carmena, ayer en el desfile del 12-O.

Madrid, 12 de octubre. La ciudad entera está engalanada para conmemorar, una vez más, el Día de la Fiesta Nacional. Ese que dicen que es el de todos los españoles. El Paseo del Prado está forrado de banderas rojigualdas. Cientos de policías y cuerpos de seguridad se despliegan por toda la calle: nada puede fallar. Los últimos viandantes llegan a las inmediaciones del epicentro. Algunos llevan horas esperando sin moverse del sitio. No quieren perder detalle de nada de lo que ocurra. Los niños preguntan a sus padres si lograrán verlo pasar. “Supongo que sí, hijo”, responden. Entonces, todo se pone en tensión. A lo lejos, se puede divisar un Rolls-Royce negro, rodeado de su séquito particular: la Guardia Real. “¡Ahí está, es él!”. El lujoso vehículo circula por la calle mientras recibe el júbilo de la gente. Se escuchan “vivas” al Rey. Hoy el protagonista es él. Su mujer y sus hijas también suscitan atención entre el público. Las señoras comentan el vestido de Letizia. Parece que les gusta. Ella siempre va elegante. Por fin llegan. Se bajan del coche. Les reciben Cristina, Manuela y Mariano. Reverencia. La familia completa los saluda. A lo lejos, Esperanza Aguirre observa la escena, entre el público. La cámara la enfoca. Su rostro refleja cierta envidia. En el fondo, le encantaría estar ahí, al lado de Felipe. No pudo ser. El monarca sigue saludando a cuanta persona se le acerca. Presidentes, alcaldes, diputados, invitados varios… Todos están allí. Bueno, todos no. Falta Pablo. “Estará picando piedra o dando de comer a los pobres”, espeta el ministro de Interior. Suena el himno, seguidamente, canciones militares. Todos se callan. Algunos se emocionan. De repente, los móviles explotan. Los grupos de WhatsApp entran en ebullición. “VIVA ESPAÑA, SEÑORES”, suelta uno. “VIVA LA TERCERA”, suelta otro. Banderitas de España de por medio. “¡Hoy se celebra un genocidio!”, dicen unos. “¡El Rey no hace nada!”, escriben otros. “¡Al Rey no lo votó nadie!”, “¡El Rey hace muchas cosas, lo que pasa es que no lo sabéis!”. Todos tratan de imponerse. Nadie escucha a nadie: se trata de dejar mal al contrario. Pasa media hora, parece que los ánimos están más calmados. La retransmisión por televisión termina. Ya nadie vuelve a tocar el tema. Todo vuelve a la normalidad. En el punto neurálgico, los líderes políticos hacen corrillo y parlotean. Manuela y Cristina charlan efusivamente. A lo mejor hasta se hacen amigas. Y eso que Manuela parecía un peligrosa y radical: quien lo diría. El sitio comienza a vaciarse. La gente acude a reponer fuerzas. El tráfico se reanuda poco a poco. Pasa la tarde. El día va cayendo y anochece. Ya ha acabado el 12 de octubre, otro más. Habrá que esperar 365 días para volver a repetir la misma secuencia de acontecimientos. Nada varía año tras año. Muchos se sienten contentos. La gente se va a dormir, mañana será otro día.





“La nación está dividida, mitad patriotas mitad traidores, y nadie puede diferenciarlos”

Mark Twain (1835-1910), escritor, orador y humorista estadounidense.



Pablo Torres Yébenes


13-10-2015

lunes, 28 de septiembre de 2015

¿Y ahora qué?



Anoche parecía que muchos tenían algo que celebrar. En varios idiomas y ante una multitud eufórica, Artur Mas clamaba a los cuatro vientos que habían ganado, tanto él como la democracia y el pueblo de Cataluña. No muy lejos de allí, Albert Rivera salía, con su delfín Inés Arrimadas, igual de eufórico que los independentistas, ante la prensa para anunciar que habían quedado segundos. “Campeones oe, oe, oe”, "yo soy español, español" y "España unida, jamás será vencida", son algunos de los cánticos que allí se recitaban. Pensarían seguramente que era una noche de ilusión y esperanza. Para mí, no. Estas dos últimas semanas hemos asistido a un lamentable espectáculo, propio de niños de colegio de primaria. Una competición para ver quien la tenía más grande, la bandera, y ver quién era el más patriota de todos. No importaba nada más que eso. Se trataba de convertir esto en una pelea de gallos y lo consiguieron. La corrupción, los recortes, la pobreza… nada de eso importaba ya. Todo consistía en tapar los problemas con una bandera. Daba igual cual fuera, la estelada o la rojigüalda. Había que sacarla a relucir, aunque fuera a empujones en el balcón de la plaza del Ayuntamiento de Barcelona. Pero nada de eso importa ya. Algunos quisieron convertir esto en un plebiscito y lo han conseguido. Los que se han quedado al margen de este debate y han preferido hablar de otros asuntos, se han llevado el batacazo de su historia. Y no es para menos. Anoche se consumó una fractura abismal, tejida durante años y años de martilleo. Pero no una fractura entre dos territorios, sino una fractura social. Fractura que costará mucho tiempo volver a cerrar. Y es que la palabra “patria” pesa tanto entre la gente… Ser patriota no es sacar tu bandera más grande y saberte de pe a pa los compases del himno de turno. Para mí, ser patriota es otra cosa mucho más grande. Es velar por el bienestar, la seguridad, los derechos y las libertades de todos y cada uno de los individuos de una nación. Es cuidar, preservar y querer la riqueza lingüística, nacional-territorial, cultural y patrimonial. Es respetar los valores democráticos y el respeto entre individuos diferentes entre sí. Nadie es más patriota que yo por llevar una bandera más grande. Pero la mayor parte de la gente piensa lo contrario. Casi nadie de nuestra clase política se acuerda de esto ya. Han conducido este asunto hacia un abismo y ya no se puede dar marcha atrás. Tantos unos como otros, quieren todo o nada. Muchos celebraban anoche que habían ganado. No se sabía exactamente el qué. Nadie sabe qué puede pasar, ni las consecuencias que esto puede tener. La gran pregunta que yo les haría a los que anoche celebraban algo es: ¿y ahora qué?


Pablo Torres Yébenes


28/09/2015

jueves, 24 de septiembre de 2015

Liberales de boquilla


Hoy me siento una persona con suerte. Suerte de no haber nacido 30 o 40 años antes. Probablemente, ahora tendría hijos que empezarían el cole estos días. No faltarían los libros de texto, por descontado. Ni siquiera uno de Historia, donde, en unos meses, ya a mitad de curso, aprenderían asombrados 3 hitos indiscutibles de la historia de España: Napoleón y su contribución a la Revolución Francesa, la Guerra Civil y Esperanza Aguirre. Si, habéis oído bien: Esperanza Aguirre, también. ¿Cómo nos íbamos a olvidar de la honrosa expresidenta de la Comunidad de Madrid, que tantos hospitales, eso sí, de gestión privada, ha construido? Por no hablar de esos heroicos contratos con la trama Gürtel, o su Sancho Panza particular, Francisco Granados, hoy viviendo en una maravillosa prisión que, casualidades de la vida, él mismo había inaugurado. Inolvidables también los millones que doña Esperanza redujo en Educación con ayuda de su aliada Lucía Figar, ni tampoco los 861 bolcheviques de Telemadrid que se fueron a su casa por negarse a aceptar la manipulación y el destrozo económico de la empresa. En fin, ¿qué vamos a decir de las hazañas políticas de Esperanza Aguirre mientras fue nuestra presidenta? Parece que sí se merece salir en los libros de texto de los niños, ¿no? O al menos eso han debido pensar los responsables de la editorial que se han atrevido a incluirla y destacarla como una auténtica diosa que trajo felicidad y prosperidad a los madrileños durante los 9 años que duró su mandato. Diera la sensación de que antes de ella desembarcara en la Puerta del Sol, tamayazo mediante, la Comunidad de Madrid era igual que un país del tercer mundo, con pobreza, marginación y analfabetismo cada dos pasos. Da igual que ya estuviera su partido gobernando cuando llegó, ella no aún estaba y punto. No se hable más. Por cierto, son 12 colegios los que construyó, y no 8 como dice el libro, según ella misma. Ay, esas erratas.

Esperanza Aguirre en Espejo Público (enero de 2015)
Ya que me he puesto a recordar a la lideresa, no puedo acabar sin recordar un hecho que dejé pasar en su momento y que ahora retomo. Hace unos meses, cuando Alexis Tsipras ganó las elecciones en Grecia, Aguirre fue invitada a Espejo Público, de Antena 3. Y doña Esperanza, siempre sin pelos en la lengua, no estaba dispuesta a permitir que el programa de Susanna Griso emitiera más de 1 minuto explicando la victoria de SYRIZA. Aprovechó este hecho para meterse de lleno con La Sexta, o “el programa de Pablo Iglesias”, como a ella le gusta llamarla. Acusó a la cadena verde de hacer propaganda de la coleta morada y de manipulación. Antonio García Ferreras, presentador de la tertulia “Al Rojo Vivo”, contestó a Aguirre calificándola de “liberal de boquilla” y recordó el cambio que sufrió Telemadrid durante su etapa de gobierno. Pero Esperanza, que siempre ha defendido a capa y espada la libertad de información y opinión, nunca estuvo de acuerdo con que una cadena obviara sus premisas e incluso informara más de la cuenta de las tropelías de su partido. Quería medios que, si no daban autobombo, al menos que se mantuvieran mínimamente en silencio ante lo que está y estaba pasando. La Sexta podrá ser parcial, pero es un medio privado y tiene todo el derecho del mundo a hacer lo que quiera, aunque me duela admitirlo. Pero Telemadrid la pagábamos todos: los seguidores de la expresidenta y los que no lo éramos. Claro que, para eso, Esperanza Aguirre ya no es liberal. Y es que parece que todos lo somos hasta que nos tocan lo nuestro. O al menos, eso  ha demostrado, queriendo o sin querer, doña Esperanza Aguirre.



Pablo Torres Yébenes
24/09/2015

lunes, 17 de agosto de 2015

La doble vara de medir de los medios.

Cuando a finales de mayo, los principales ayuntamientos del país quedaban en manos de nuevas formaciones políticas diferentes a las tradicionales, estaba convencido de que los poderes mediáticos no se iban a quedar de brazos cruzados. Y como de costumbre, el famoso “Cuarto Poder” no dudó en reaccionar ante ello: nada sorprendente. Hace unos días, me dio por encender la televisión. Vi con estupefacción el informativo de Telecinco. Dedicaron casi un cuarto de hora del espacio a hablar sobre la decisión de algunos alcaldes, como el de Santiago de Compostela (Compostela Abierta), de no acudir a actos religiosos, coincidiendo además con el día de Galicia. Cambié de canal: lo mismo con Antena 3. Minutos y minutos hablando de la “descarada” decisión de estos ediles. Todo ello adornado con palabras medidas y otorgando al espectador una, cada vez menos creíble, sensación de veracidad. No quise seguir haciendo zapping: suficiente. Hoy mismo, Antena 3 ha dedicado un trozo importante de “Espejo Público” a hablar sobre la osadía de Manuela Carmena. Y resulta que la Alcaldesa de Madrid "se ha atrevido" a cogerse unos días vacaciones y no ha podido asistir a la Fiesta de la Paloma, que se celebra estos días. En su lugar ha acudido la primera teniente de alcalde Marta Higueras. El programa ha contado con una tropa de tertulianos que han criticado duramente en su mayoría que Carmena haya decidido no asistir a misa. Permítanme recordarles que el artículo 16.3 de la Constitución de 1978, esa que defienden a capa y espada de los terribles bolivarianos, define a España como un país sin religión oficial. Cito textualmente: «Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones». Pero claro, hasta para quienes no han entendido, o no quieren entender, que este país ya no tiene necesidad de vivir bajo el yugo de la Iglesia Católica, la Carta Magna vuelve a contradecirles una vez más. Ellos lo saben, pero parecen silenciarlo. Paradójicamente, el programa ha desatado en Twitter una ola de comentarios contra la temática a la que han dedicado hoy gran parte del programa. Y es que, aparentemente, nos encontramos ante a una estrategia de acoso y derribo como nunca antes habíamos visto. Si no, no se encuentra otra explicación ante tal comportamiento de los medios de comunicación. La reflexión es la de siempre, sin sobresaltos. Que los intereses del duopolio Atresmedia-Mediaset están orientados hacia el poder económico-político, es algo demasiado obvio. Todas estas informaciones dejan cada vez más al descubierto la verdadera cara de la moneda. Cada vez resulta más fácil darse cuenta de ello. Basta con repasar los telediarios de los últimos siete días. Nada parece ser casualidad en televisión o radio, ni siquiera en los programas informativos. Entonces, ¿por qué (casi) todos los medios abren con estos titulares? La respuesta parece evidente. Que cada uno juzgue por sí mismo: a las pruebas me remito.

viernes, 24 de julio de 2015

Ya lo dijo Groucho Marx...

Ignacio Aguado (C's Madrid) y Cristina Cifuentes (PP de Madrid)

Querido lector, permítame que hoy me desahogue por estas líneas y exprese mi momentáneo cabreo. Cuando por aquellos días de febrero y marzo,  los Ciudadanos estaban en su máximo apogeo,  lo entendí como algo legítimo y guardé silencio. Mayo significaba la esperanza para muchos trabajadores de los defenestrados medios públicos, y en mi caso particular, Telemadrid. No hace falta que recuerde el defenestramiento y la humillación a la que han sido arrastrados como consecuencia de la gestión del Partido Popular de Madrid en los últimos 13 años (a las entrevistas que he hecho me remito). Pese a todo, dentro de mí había algo de esperanza en que ninguna de las fuerzas políticas opositoras apoyaran la continuidad de los populares, al menos en nuestra comunidad, simplemente por una cuestión de regeneración y levantamiento de alfombras: una vez más, iluso de mí. Sin embargo, sabía, por mera evidencia, que ese acuerdo era inminente. Y llegó el día 24 y me dio la razón. Lo cierto, es que me hubiera encantado no acertar en esta ocasión. Aquella noche, nada más acabar el escrutinio de los votos, y en medio de una vorágine de euforia y, a la vez desilusión, mi primer pensamiento fue para los trabajadores de Telemadrid y Onda Madrid, que ansiaban un cambio en el gobierno, y con él, la esperanza de recuperar sus puestos de trabajo. Por un momento, pensé que todo aquello, toda esa lucha que me relataron cuando acudí al local de TMEX (el proyecto televisivo en la red que algunos de ellos están llevando a cabo), no había servido para nada. Y Cifuentes ganó, aunque necesitaba un “apoyo” para gobernar. Y ahí estaban, una vez más, los Ciudadanos, dispuestos a conversar sin ningún tipo de complejos con ella para “llegar a un acuerdo de investidura”. Y  todo a pesar de las sospechas sobre la imputación de algún diputado del grupo parlamentario popular en la Asamblea de Madrid. Pero los Ciudadanos, que tenían, a mi juicio, motivos suficientes para no atreverse a votar “si” al continuismo, me dieron la razón y pactaron con los populares. En ese sentido, el Ciudadano portavoz, Ignacio Aguado, no escatimó en insistencia a la hora de asegurar que al día siguiente de la investidura de Cifuentes, estarían haciendo una firme oposición. Los días pasaron, y había un asunto pendiente que tratar: qué demonios hacer con Telemadrid. En el acuerdo alcanzado, había un punto que trataba sobre su “despolitización”. Y… ¡sorpresa! Según el PP y sus Ciudadanos socios, el cambio de la ley de creación era condición sine qua non cambiar la ley de creación del ente público, ahora que, casualidades de la vida, el Partido Socialista y Podemos iban a tener mayoría absoluta en el consejo de administración. Este órgano se encarga de tomar las principales decisiones de la empresa, en este caso, la readmisión de los 861 trabajadores despedidos en el ERE de 2013. Pero para populares y naranjas, constituir un nuevo consejo era absurdo, ya que se iba a proceder al nombramiento de uno nuevo tras el cambio de ley. Un nuevo órgano rector nombrado por instituciones “imparciales”. “La Academia de la Televisión, por ejemplo”-decían.  La misma que premio al actual director general y uno de los principales responsables de la “liquidación” del canal: Ángel M. Vizcaíno. No es por ser aguafiestas, pero, ¿este es el modelo a seguir y la regeneración recogidos en ese acuerdo de gobierno? No puedo evitar manifestar que el asunto me huele mal. De momento, parece que no habrá ni cambio, ni readmisión, ni despolitización ni nada de eso, al menos hasta después de las elecciones generales. Nos han engañado tanto tantas veces, que resulta imposible no mantenerse escéptico. Y de verdad, que me gustaría poder creer que hay voluntad real de recuperar este servicio público tan necesario para la sociedad. Nos queda esa famosa frase de Groucho Marx: “me gustan mis errores, no quiero renunciar a la deliciosa posibilidad de equivocarme”. Ojalá en unos meses, me tuviera que tragar estas palabras. Lo agradecería yo, y todos los madrileños. Y los 800 y pico de Telemadrid, que nadie lo olvide.


Pablo Torres Yébenes


24/07/2015